martes, 5 de mayo de 2015
No todo cabe en un test
Hace años pude conversar
en la Universidad de Harvard
con Howard Gardner.
La verdad es que fuimos
muy pocos los comentaristas
que dimos importancia a su teoría
de las inteligencias múltiples: uno
podía ser muy malo en matemá-
ticas, pero muy bueno en arte, o
viceversa. Los psicólogos estaban
inmersos entonces en un mundo
totalmente distinto, dominado por
la llamada psicología evolutiva o la
economía de la elección racional.
Todo era como más cuadradito, y
tenía su razón de ser.
Howard Gardner nos dijo, por primera
vez, que no éramos iguales
y que, por lo tanto, resultaba muy
sospechoso medir a todo el mundo
por el rasero del llamado cociente
intelectual (CI). Él estaba convencido
de que había un mínimo de siete
inteligencias, aunque podían llegar
incluso a once. ¿Cómo se pretendía
que los psicólogos estadísticos pudieran
evaluar por un único CI de
todas las personas?
Muy pocos le hicieron caso entonces,
ocupados como se hallaban
todos en identificar razones
de tipo evolutivo para explicar los
comportamientos de las personas.
También estaban obsesionados por
el poder de la mente racional, para
saber distinguir el interés propio en
función del que actuaban todos los
licenciados en gestión empresarial.
Me he alegrado de que el jurado del
Premio Príncipe de Asturias se haya
sumado a la visión mucho más
aceptada ahora de que las cosas no
son tan sencillas como parecen. La
gran contribución de Gardner, con
muchos años de antelación, fue no
olvidarse del valor del multilateralismo
en el análisis científico: rara
vez una sola percepción puede describir
un proceso o un objeto. La
inteligencia, que la mayoría quería
medir únicamente mediante una
variable, resulta que es el fruto no
solo de una causa evolutiva, sino
también de factores neuronales,
cognitivos, azarosos, ambientales
y, en términos más generales,
sociales. Fue el primer científico
abierto al conocimiento de los demás;
creía –sin ser consciente de
ello– “que quienes más le habían
enseñado eran los que menos sabían
de lo suyo”.
En esta especie de carrera centrada
en la competitividad, en lugar de
la búsqueda cooperativa, Gardner
nunca olvidó el objetivo más ambicioso
y general que debía perseguir
la educación. En este sentido, su patrocinio
del llamado GoodWork Project,
con el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi
y el profesor de Educación
William Damon, constituye una
muestra de lo que le interesaba en su
juventud, sin dejarle de preocupar
en su madurez: la reforma del sistema
educativo al que ahora dedica sus
esfuerzos y prestigio.
Cuando se haya dicho todo –si todavía
queda algo por decir–, reaparecerá
la verdadera estampa de la
única revolución pendiente. Es inadmisible
que durante los últimos
cien años no hayamos aprendido
casi nada de conceptos básicos como
los de autoestima –imprescindible
para lidiar con el vecino–, trabajo
cooperativo –no solo competiNo
todo cabe en un test
tivo– y focalización de la atención.
Como sugiere Gardner, debemos
apostar con todas las de la ley por
la educación personalizada: además
de ser el corolario de la teoría
de las inteligencias múltiples, ahora
resulta factible porque la revolución
digital ha abaratado los costes de la
enseñanza adecuada a las características
individuales de los alumnos.
¿Por qué no es inútil ensalzar la labor
de investigadores y premiados
como Gardner? Pues, sencillamente,
porque ningún país saldrá perdiendo
si aplica, o intenta difundir,
métodos de análisis de los problemas
sociales extremadamente
complejos y superar así la tradicional
simplicidad e ineficacia de
aquellos que se basan en la división
de la población en dos bandos: derechas
e izquierdas. O de aquellos
que supuestamente sabían lo que
estaba ocurriendo y los que no sabían
nada. e
Nos dijo, por primera vez, que no éramos
iguales y que resultaba muy sospechoso medir
a todo el mundo por su cociente intelectual
De quién
hablamos:
El psicólogo
Howard Gardner
(Scranton,
EE UU, 1943)
es profesor
de la cátedra
de Cognición
y Educación
John H. & Elisabeth
A. Hobbs
en la Universidad
de Harvard.
En su último
libro, Verdad,
belleza y bondad
reformuladas
(Editorial
Paidós), describe
el estado
actual de esas
virtudes y cómo
enseñarlas.
P
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